Los pueblos fantasmas como valor

El patrimonio deshabitado posee un gran valor natural, histórico, cultural y etnográfico que merece ser respetado, conservado y recuperado.

Hoy estos escenarios han cambiado y atraen a turistas, fotógrafos, artesanos, cineastas, profesionales de la moda, biólogos, antropólogos, hippies, gurús alternativos y artistas plásticos, entre otras especies del zoológico humano típicos del naciente y posmoderno siglo XXI.

Y eso da a nuestros pueblos despoblados o en riesgo inminente de estarlo, entendidos de forma amplia como estrategia cultural, un nuevo valor. El valor de referencia, de modelo, de lecciones a aprender.

El pasado no va a volver, pero nuestros pueblos son una base para reinterpretar el futuro en sus nuevas claves. No usarlos como atractivo turístico es como perder un capital invertido que, ahora, puede recobrar su productividad.

Ese es su valor, el valor de atractivo turístico para los fisgones del pasado, entre muros que han escuchado ya muchas veces, muchas voces. Voces que se confunden en el laberinto del tiempo, voces que quedaron atrapadas en los muros derruidos, y que podemos escuchar, si ponemos atención.

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